viernes, 27 de junio de 2008

Edmundo Barrios: Buscando las noticias de primera página

- Ciertamente, puedo decir que era todo un formidable Maestro. Su generosidad no tenía límites, al aconsejar, con ese sentido pedagógico que siempre imprimió a su propia vida, como había que hacer algo para que todo saliera bien

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Cuando se vino a El Tigre petrolero, en los comienzos de los años 40, en plena Guerra Mundial, Mundo Barrios y su hermano Mauro -este último mucho más joven, pero ambos siempre juntos en el quehacer de la vida-, se dedicaron por algún tiempo a la compra y venta de café

CRONICAS DE EVARISTO MARÍN

De habérsele dado la oportunidad, a Edmundo Barrios seguramente le habría fascinado entrevistar a Greta Garbo y a Carlitos Gardel.
Esos dos personajes fueron siempre de su especial admiración. Yo me lo imagino en Nueva York, procurando la oportunidad de hablar con la Garbo, aquella sueca de fascinante belleza y voz grave, que renunció al cine desde 1941, porque “ya era muy vieja – a los 36 años- para situarse delante de las cámaras”. Claro, hubiera sido una proeza bastante difícil de lograr. La Garbo no se distinguía precisamente por su amabilidad. Cierta vez, le colgó el teléfono a Jacqueline Kennedy. Esa fue su reacción cuando la primera dama de Estados Unidos le dijo que ella y su esposo – el Presidente Kennedy – querían invitarla a cenar en la Casa Blanca.

La Garbo era una celebridad, cuando Mundo Barrios nació en los años 20. El siempre se ufanaba en decir que “El demonio y la carne”, la célebre cinta protagonizada por ella y John Gilbert, en 1927, fue una de las primeras películas que vio en el cine América de Ciudad Bolívar. También desde muchacho, también nació su admiración por el gran cantor argentino. Llegó a poseer la colección de todos sus discos.

Siempre revivía, con emoción, la época cuando, muy joven, Jesús Soto uno de sus más notables contemporáneos guayaneses, se ganaba una beca para estudiar primaria, pintando los carteles de las películas en aquel primer cine que funcionó frente al Orinoco, en la planta baja del hotel Angostura.

De mis comienzos en el periodismo, son muchos los grandes recuerdos que tengo de Edmundo Barrios y de sus enseñanzas. Ciertamente, puedo decir que era todo un formidable Maestro. Su generosidad no tenía límites, al aconsejar, con ese sentido pedagógico que siempre imprimió a su propia vida, como había que hacer algo para que todo saliera bien. Siempre tenía suficiente franqueza para exteriorizar su malestar, si algo no era de su agrado.

Es mucho lo que yo puedo contar de aquel noble y grandioso guayanés, avecindado en El Tigre, desde los años 40. Su habitual modestia, era tan proverbial como su honestidad y su generosidad.

Era intolerante cuando algo le disgustaba, pero así como era desprendido (y extremadamente no previsivo) con el dinero, también era poco dado a guardar rencores contra nadie, por lo que su estado de ánimo, en pocos instantes podía pasar de la más extrema rabieta, al chiste y a la ironía, tal como si nada hubiera ocurrido a su alrededor. Esto era especialmente cierto, cuando se sentaba a hilvanar algún texto pendiente. Cuando por alguna razón, estaba definitivamente de mal humor, optaba por dar un portazo y desaparecerse de la oficina. Luego regresaba, de lo más orondo y volvía otra vez a escribir, el oficio de todos los oficios que más le gustó desempeñar. No era raro que entonces se le oyera murmullar, más que cantar, algún viejo tango de Carlitos Gardel.

Debo decir que el periodismo no fue para Mundo Barrios el único oficio. Quizás fue el que más lo apasionó, no es exagerado decir que tal vez fue el que le dio más sinsabores y también más gratas satisfacciones, pero antes de llegar a eso – como fundador de “Antorcha”, en 1954, cuando ya era casi cuarentón, si no me equivoco – había sido un hábil tipógrafo y radio técnico en Ciudad Bolívar, su tierra natal. También es bueno decir y esto son muy pocos quienes lo conocen, que su primera experiencia de trabajo en El Tigre, nada tuvo que ver con la tipografía, ni con la radio. Cuando se vino a El Tigre petrolero, en los comienzos de los años 40, en plena Guerra Mundial, Mundo Barrios y su hermano Mauro, este último mucho más joven, pero ambos siempre juntos en el quehacer de la vida, se dedicaron por algún tiempo a la compra y venta de café. Ellos fueron propietarios de una de las primeras moliendas de café que tuvo la naciente población petrolera surgida alrededor de la explotación del pozo “Oficina Nº 1”. Creo que dos eran los dueños y únicos empleados de aquella rústica factoría. El “Café Guanipa” era distribuido por Mauro Barrios en una carretilla. Cuando eso ocurrió, todavía eran muy pocas las calles y obviamente escasos los comercios, por lo que Mauro completaba el reparto vendiendo al detal los paqueticos de un cuarto, de medio y de un kilo de café, en los alrededores del primer mercado improvisado, al aire libre, en la ancha calle Guevara Rojas.

Quizás de su experiencia como radio técnico, derivó aquella destreza, que siempre tuvo Mundo Barrios para arreglar con gran facilidad muchos de los equipos con los cuales se familiarizaba en el trabajo. No era raro verlo reparar las máquinas de escribir, el teletipo, las cámaras fotográficas y hasta las procesadoras de negativos. Menos sorprendente encontrarlo algunas veces con el Maestro Juan Meza Vergara, resolviendo algún problema de funcionamiento del linotipo con el cual el periódico dio su primer paso de avance tecnológico, al sustituir las viejas cajas de letras sueltas de madera, por tipos en plomo. Recuerdo con gran admiración, como el propio Mundo Barrios, cual Andrés Roderick –el impresor del “Correo del Orinoco”, llegado a Guayana con la expedición británica – levantaba tipográficamente a mano, letra por letra, las doce páginas con las cuales circulaba “Antorcha”, cada sábado, en los comienzos de su época de semanario. Su afán de comunicación, lógicamente, siempre fue proverbial. Fue por muchos años, un radioaficionado muy consecuente. Eso le permitió establecer relaciones de amistad en muchas partes del mundo y también fue de gran ayuda para conseguir con prontitud, en el exterior o en alguna otra parte del país, alguna pieza o equipos necesarios para el periódico.

La presencia de Meza Vergara fue muy notable para “Antorcha”. El formó parte de los proyectos de mejoramiento tecnológico, para el periódico y la Impresora El Tigre, con la cual Mauro Barrios dio fuerte impulso al arte tipográfico, luego de haber trabajado por algún tiempo en Puerto La Cruz como gerente de la Casa Clamenceau. Meza Vergara venía de una experiencia periodística muy importante. Había sido linotipista en “La Estrella de Panamá”. Era un hombre muy estudioso del idioma castellano y aquél periódico tigrense, corregido hasta la última letra por Meza, salía a circulación impecablemente, sin errores tipográficos. Algo verdaderamente excepcional. Cuando yo me incorporé como reportero, en septiembre del 54, el Maestro Meza estaba recién llegado y se ocupaba de instalar aquél primer linotipo traído de Estados Unidos, por La Guaira, para la imprenta de Mauro Barrios.

En un comienzo, todo lo inherente a “Antorcha” se despachaba en una pequeña oficina detrás del mostrador y de los estantes de exhibición, utilizados por la Impresora El Tigre para la venta de artículos de escritorio. Habitualmente el propio Mauro Barrios y su esposa, Mercedes Rodríguez, muy joven y elegante, atendían personalmente a los clientes. Ellos, Mauro y Mercedes, compartían un único escritorio, a la vista de la clientela. Detrás de aquella oficina, que era a la vez sala de redacción y despacho del director, había un pequeño depósito y más allá – con salida hacia la calle Sucre- estaba el taller. El crecimiento de la actividad en ambos negocios hizo pronto insostenible que se pudieran mantener en un solo y reducido local.

La solución surgió con la mudanza, provisional, de la redacción hacia la planta alta de un edificio vecino, desde la cual (en una especie de mini teleférico) se utilizaba un cable para enviar el material de redacción y al revés, para subir hasta las oficinas, las pruebas de imprenta y de página, que debíamos corregir. La tarea era un poco engorrosa, porque también había que estar gritando, desde arriba y desde abajo, cada vez que faltaba algo. Lo otro era bajar por la escalera hacia la calle Bolívar y cruzar por la esquina, para llegar personalmente hasta el taller, en la calle Sucre.

Cierta vez, yo estaba libre y me fui al cine, pero al salir, como era mi costumbre, decidí ir hasta la redacción para saber como iba el trabajo del periódico. Mi sorpresa fue grande al ver al maestro Meza y a Luis La Roche, uno de los linotipistas, montados en el techo del taller. “¿Maestro Meza, que pasó, que hace usted montado en ese techo?”, fue mi curiosa interrogante y la respuesta, lógicamente, me causó mucha gracia. “Aquí estoy buscando las noticias de primera página. La cuerda del funicular se reventó y el paquete con las noticias se atascó entre unas tejas”. De haberse llevado el viento aquel rollito, las noticias de primera página tendrían que escribirse otra vez, a las once de la noche. A los pocos meses, redacción y taller fueron a parar a un solo local, adquirido por Mundo Barrios, en la calle Guayana de El Tigre.

Foto: Edmundo Barrios, muy jovial, en una foto que le hizo su compadre Augusto Hernández, en 1984.

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